Blogger news

sábado, 15 de febrero de 2014

Mamá, ¡el Pastor habla de tí!



Después de mucho tiempo una señora volvió a ir al culto con su hijita. Por causa de su trabajo no podía asistir a los cultos matinales; por eso fue en la noche. El pastor habló en esa ocasión acerca de la negligencia de muchos en cuánto al cumplimiento de sus deberescristianos: No leen la Biblia, descuidan la asistencia a los cultos, etcétera.
La niñita escuchaba atentamente el sermón y, cuando oyó que el pastor hablaba del descuido de muchos padres, se volvió a su madre y, confiada, le dijo:
“¡Mamital ¿Te habla a ti el pastor?” Estas palabras fueron un flechazo para el corazón de la madre que permaneció callada. Esa ingenua pregunta de su propia hijita fue para ella un sermón vivo y eficaz.
Sería conveniente que también nosotros tuviésemos a alguien que nos formulara esta pregunta mientras escuchamos el sermón de nuestro pastor. Sin embargo, tantas veces escuchamos el sermón de un pastor con el fin de criticar, o para oir al orador tras el sermón, o para oir por oir porque estamos con el reloj en la mano calculando el tiempo que tarda.
Sí, es conveniente que nos preguntemos, a veces, durante el culto: “¿Te habla a ti el pastor?” O para ser más exactos preguntémonos así: “¿No te está hablando Dios a ti por medio del pastor?”–L. Gross.
Dios siempre habla. Continuamente habla. De muchas maneras Él habla. Habla directo al corazón, a través de la BIblia, a través de personas incluyendo el pastor en sus sermones, amigos y a través de las circunstancias de la vida. Ya lo estas oyendo?
Cuando fue la última vez que fuiste a la Iglesia? Qué te dijo Dios allí?
No dejaban de reunirse en el templo ni un solo día. De casa en casa partían el pan y compartían la comida con alegría y generosidad. Hech 2:46
Las palabras de los sabios son como aguijones. Como clavos bien puestos son sus colecciones de dichos, dados por un solo pastor. Ecle 12:11
Fuente: Devocionales Cristianos

EL ANILLO

Un joven dijo a su maestro:
- Me siento tan poca cosa que no tengo fuerza para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más? El maestro, sin mirarlo, le dijo:
- Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después…, – y haciendo una pausa agregó- si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar. – Encantado, maestro – titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas. – Bien – asintió el maestro, que se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y se lo dio al muchacho-, toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete antes y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas. El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cachorro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta. Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado, abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó. Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda. Entró en la habitación. – Maestro -dijo-, lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo. - Qué importante lo que dijiste, joven amigo -contestó sonriente el maestro-, debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él, para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo. El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
- Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya , no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo. – ¿58 monedas?! -exclamó el joven-. – Sí -replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, ¿pero no sé? Si la venta es urgente. El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
- Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor? Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.

Fuente: Ebi México

viernes, 14 de febrero de 2014

JOSSIE ESTEBAN YO SIGO ORANDO

La niña y el relámpago

relampagoUna niña, de unos 6 años, iba diariamente a su colegio caminando a través del bosque. Una mañana, había amanecido con un cielo amenazador. El viento y las nubes hacían presagiar un día de lluvia, pero la bella niña seguía su camino rumbo a la escuela, como si todo fuera normal. Durante el día, la tormenta fue aumentando en intensidad, por lo que se desató una tempestad con muchos rayos que podían verse desde varios kilómetros. La madre estaba preocupada por su pequeña hija que, como de costumbre, tenía que regresar sola atravesando el bosque. Sintió mucho miedo por lo que podría pasarle en medio de esa terrible tormenta. Así que rápidamente subió a su auto y se dirigió en dirección a la escuela. La oscuridad y el viento hacían poco visible el camino, por lo que le costaba encontrar a su hija, que en este momento podía estar en peligro. Las luces de su vehículo, le ayudaron a divisar a la distancia a su hija, entre relámpagos y truenos, la pequeña se encontraba sentada junto a un árbol mirando el cielo. En ese momento un relámpago iluminó todo el bosque, la niña se puso de pie sin dejar de mirar el cielo y con una sonrisa angelical, abrió sus brazos. La madre, viendo esta actitud, estaba perpleja, no entendía lo que pasaba, ya que la niña debería estar muerta de miedo. Salió corriendo de su auto y fue al encuentro de su hija. De regreso a su casa, la madre veía extrañada como su hija seguía mirando al cielo, sin dejar de sonreír. ¿Qué miras y por qué sonríes?, preguntó la madre. ¿Sabes por qué sonrío mami?, hoy es el mejor día de mi vida porque Jesús me está sacando fotos y esas son las luces de su enorme flash, algún día me gustaría mucho poder verlas. Para la madre aquella tempestad fue de gran preocupación y angustia, mientras que a los ojos de la inocente niña aquella terrible tormenta se tornó en el mejor de sus días, ella miró el más bello paisaje de su vida, iluminado por la grandeza de Dios, el día en que Jesús le tomó muchas fotos. Cuantas veces los adultos por no tener la inocencia de un niño, cuando vienen las dificultades las tormentas y relámpagos de la vida, en lugar de permitir que Dios ilumine sus caminos para resolverlos, y sonreír a pesar de las tempestades, se intimidan, se dejan dominar por el miedo y se esconden dentro de su propio mundo. –Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos, y les dijo: “Les aseguro que para entrar en el reino de Dios, ustedes tienen que cambiar su manera de vivir y ser como niños. (Mateo 18:2,3). –Hermanos, no seáis niños en la manera de pensar; más bien, sed niños en la malicia, pero en la manera de pensar sed maduros. (1Corintios 14:20). Fuente: obispopauloroberto.com/blog/

Pensamientos y reflexiones cristianas

“Cada hombre es arquitecto de su destino. Dios nos hizo perfectos y no escoge a los capacitados, sino que capacita a los escogidos. Hacer o no hacer algo, solo depende de nuestra voluntad y perseverancia” Albert Einstein