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jueves, 19 de enero de 2012

“Las promesas de Dios”

“… porque todas las promesas de Dios son en Él Sí, y en Él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios”, 2ª Cor. 1:20

La Palabra de Dios contiene numerosas promesas para cada uno de nosotros. Si queremos vivir en plenitud, disfrutar de la vida cristiana y cumplir el propósito de Dios debemos movernos en razón de las promesas de Dios.
Existen promesas que son generales, para todos; pero también existen promesas específicas, que son dadas de manera particular a cada persona por medio del Espíritu Santo. Sean promesas generales o específicas, ellas demandan de nosotros algunas acciones: creerlas, compartirlas, enseñarlas, aplicarlas y poseerlas. Esas promesas tienen el propósito de fortalecernos, inspirarnos, dirigirnos, ayudarnos a caminar en dirección a un objetivo.
Las promesas específicas están relacionadas con aquellas particularidades que Dios desea darnos o que conozcamos; ejemplo, la promesa dada a Abraham de que sería padre de multitudes. Estas promesas nos revelan el propósito de Dios específico para nosotros; ellas vienen a ser la razón de ser de nuestra vida, ya que nos proporcionan una visión y misión. Son la brújula que nos orienta cuando las tormentas de la vida nos hacen perder el rumbo. Esas promesas específicas nos hacen vivir en el presente el gozo de lo que acontecerá en el futuro; nos ayudan a atravesar el presente confiadamente poseyendo lo que Dios nos prometió para el mañana. No obstante, las promesas que Dios nos ha dado pueden ser también invalidadas por nosotros por alguna de las siguientes razones:
* No las creemos: en ocasiones decimos cosas como “es imposible”, “no es para mí”, “no soy digno”, etc.
  • No las entendemos: queremos que tengan una lógica natural o que las podamos encasillar en algún molde o esquema
  • No aceptarlas: las creemos, PERO decimos “yo deseo otra cosa”, “prefiero esto o aquello”
  • Olvidarlas: es lo que sucede más frecuentemente
  • No obedecerlas: postergamos su cumplimiento
  • No querer pagar un precio: en especial si demanda algún trabajo, sacrificio o acción específica de nuestra parte
  • Comprometer nuestra integridad: nuestra falta de compromiso con Dios invalida o posterga sus promesas
Nuestra fe en el Señor debe llevarnos a poseer todo lo que Él nos ha prometido; creer en sus promesas es creer en Él mismo, ya que Él es el cumplimiento de toda la Palabra. En ocasiones nos cuesta creerlas porque vemos naturalmente que ellas están más allá de nuestras posibilidades humanas, de nuestras fuerzas, de nuestra imaginación o de nuestro tiempo. No olvidemos que es necesario e imprescindible CREERLAS para después POSEERLAS EN FE, haciendo lo que debamos hacer para cumplir con esto el propósito de Dios para nuestra vida en esta tierra.

Autor: Alma Delia Ponce
Escrito para www.destellodesugloria.org

LA OBRA DE DIOS SIGUE MARCHANDO GRACIAS AL SEÑOR.








martes, 17 de enero de 2012

MUERTO PARA VIVIR...

Hace ya bastante tiempo, un hombre de familia tubo que elegir entre Dios o sus seres más queridos. Eran creyentes en un país, donde el nombre de Jesús era blasfemia para ellos. El padre de familia era predicador y su temor no estaba sobre los hombres, sino sobre Dios; es por ello que insistía en predicar de la salvación por medio de Jesús. Muchas veces le pegaron y metieron en la cárcel, pero a el le fortalecía el sufrimiento por causa del nombre que es sobre todo nombre “Jesús de Nazaret”.

Una de tantas, se reunieron los mandatarios de aquella ciudad y dijeron; veamos que fe tiene este hombre en su Dios. Cogieron a ese predicador y su familia: su hijo, su hija y esposa y los metieron en un foso de tierra ya preparado.


Las gentes de esa ciudad gritaban: “muerte al predicador”. Los mandatarios le daban a elegir y le decían: o niegas a ese tal Jesús o te enterramos vivo a ti y tu familia. Después de algunos minutos de gran silencio, se escucha la voz de la más pequeña de la familia, “papa, papa Dios nos esta esperando”.


El varón de Dios expone su ultima predicación, rechazando la petición del pueblo. Los enterraron vivos sin escuchar grito alguno. A los pocos años; cientos de personas que gritaron “muerte al predicador”, se convertidor a ese Jesús que ellos rechazaban con gran furia.


Escrito está, lo que el hombre sembrare eso recogerá. Ese hombre de Dios sembró algo más que una semilla, sembró su propia vida y la de los suyos, y recogió cientos de hermanos para toda la eternidad. Dios bendiga a hombres y mujeres como este predicador, que un día leyeron en (S. Mateo. 16.24.) Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su Cruz cada día y sígame.

CUANTO TALENTO HAY EN ESTE NIÑO DIOS LO SIGA BENDICIENDO.. Jotta A.-Agnus Dei -

Bajo la Uncion del Espiritu Santo en Ensancha 2010

viernes, 16 de septiembre de 2011

¡No me habléis de Jesucristo!

A mediados del último siglo, vivía un conde sajón, que había sido educado en el Deísmo – doctrina que admite la existencia de un Dios, pero niega la revelación y rechaza el culto – y se gloriaba de ser adversario declarado de la fe cristiana y de las Sagradas Escrituras. Sintiéndose ya viejo y cerca de su fin, forzado por algún escrúpulo de conveniencia o de conciencia, hizo venir a su hogar al predicador de la Iglesia Evangélica, al que estimaba mucho por sus talentos y por sus virtudes. Teniéndole ya a su lado, le habló de la siguiente manera:
-Yo soy deísta convencido, ya usted lo sabe; mas en medio de todo, yo me tengo por persona religiosa, y quiero estar preparado para una buena muerte. Yo tendré mucho gusto en recibir a usted en mi casa cuantas veces quiera venir a verme; pero con una condición, que no me hable usted mas de Dios y sus perfecciones; no me hable usted de Jesucristo, de ese Dios hecho hombre y de la fe en El; no necesito de él para salvarme, bástame mi Dios.
Después de algunos momentos de vacilación, el predicador aceptó las condiciones propuestas. Hizo al enfermo la primera visita, en la cual le habló con palabras ardientes y llenas de celo por la causa del Señor, del poder, de la sabiduría y de la bondad de Dios, y como se manifiestan en la obra de su creación. El viejo conde dio grandes señales de satisfacción. Mas en la segunda visita el prudente y esforzado Pastor dirigió ya por otro camino sus observaciones: habló de la santidad de Dios y del horror que por esencia le causa el pecado; habló también de su omnipresencia, por la cual ve todo lo que pasa, hasta en los secretos más recónditos del corazón humano, y de su justicia, que busca y castiga al pecador a donde quiera se encuentre, sea en el fondo del mar como Jonás, o en las alturas encumbradas del tromo como a Saúl. De pronto el tenaz deísta guardó silencio, y se podían ver en su semblante adusto señales de que su alma estaba sintiendo en esos momentos solemnes alguna grave turbación.
Al terminar la plática, dejó solo al enfermo para que pudiese meditar profundamente en lo que habían hablado. Y efectivamente el conde comenzó a recorrer en su memoria las distintas etapas de su vida y a recordar los muchos pecados con que a través de su dilatada existencia había ofendido a ese Dios que él llamaba tan bueno, y que aunque él los creía ya olvidados para Dios estaban frescos y presentes para tortura suya; y verdaderamente el recuerdo de Dios: omnipotente, omnisciente y omnipresente y justo ya comenzaba ahora a inquietarle e importunarle. Y como su amigo pastor tardase un tanto en su tercera visita, el enfermo le hizo llamar.
Entonces le abrió su corazón, le dio cuenta de los serios temores que atemorizaban su alma, y le suplicó que no le abandonase en esta difícil situación de su espíritu, sino que le indicase algún medio eficaz para devolverle la paz, que ahora ansiaba más que nunca.
“Pero, amigo mío, respondió el Pastor, usted me ha prohibido hablarle precisamente de ese remedio, pues el convenio que hicimos antes de nuestra primera conversación fue que yo ni le nombrase siquiera al Señor Jesucristo y su gran oferta de salvación, que es la única que puede librar al hombre de todos sus temores. Entiéndalo bien, de todos sus temores sin excepción”.
- Pues yo levanto esa prohibición – respondió el enfermo con energía; -Hábleme usted de Él, mi conciencia lo necesita.
Y el buen ministro del Evangelio le habló con gran satisfacción del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; de aquel de quien dijo San Pablo: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores; de Aquel, en fin, cuya sangre nos limpia de todo pecado y que es la propiciación por nuestras rebeliones.
Y el viejo e incrédulo conde abrió su alma a la fe en Jesucristo, como la flor abre sus pétalos a la luz del sol y es vivificada; creyó en Dios Padre amoroso que envió al mundo a su Hijo para redimir al mundo; para que todo aquel que en El crea no perezca, sino tenga vida eterna. Con ello todos sus temores fueron disipados. Y desde aquella feliz hasta la de su muerte, el buen enfermo decía siempre, como un canto de vida y esperanza:
“Habladme, habladme de Jesucristo, porque en ello mi alma encuentra la más dulce y tierna paz de toda mi vida”.
Tomado de Revista Fuego de Pentecostés Nº 219

¿QUE ES UN AMIGO DE VERDAD?

Un amigo es aquel que llega cuando todo el mundo se ha ido
“Mi amigo no ha regresado del Campo de Batalla, señor. Solicito permiso para ir a buscarlo”, dijo un soldado a su teniente.
“Permiso denegado”, replicó el oficial, “no quiero que arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente ha muerto”.

El soldado, no haciendo caso a la prohibición, salió y una hora más tarde regresó mortalmente herido, transportando el cadáver de su amigo.
El oficial estaba furioso: “Ya le dije yo que habría muerto! Dígame: ¿merecía la pena ir allá para traer uncadáver?”
Y el soldado, moribundo, respondió: “Claro que sí, señor!
Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme: “¡Estaba seguro que vendrías!”

El mundo puede darte la espalda pero si has encontrado un amigo de verdad, lo tendras hasta la eternidad y por la eternidad… Cuando hayas encontrado un amigo de verdad, cuidalo porque es un gran tesoro.