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jueves, 19 de enero de 2012
martes, 17 de enero de 2012
MUERTO PARA VIVIR...
Hace ya bastante tiempo, un hombre de familia tubo que elegir entre Dios o sus seres más queridos. Eran creyentes en un país, donde el nombre de Jesús era blasfemia para ellos. El padre de familia era predicador y su temor no estaba sobre los hombres, sino sobre Dios; es por ello que insistía en predicar de la salvación por medio de Jesús. Muchas veces le pegaron y metieron en la cárcel, pero a el le fortalecía el sufrimiento por causa del nombre que es sobre todo nombre “Jesús de Nazaret”.
Una de tantas, se reunieron los mandatarios de aquella ciudad y dijeron; veamos que fe tiene este hombre en su Dios. Cogieron a ese predicador y su familia: su hijo, su hija y esposa y los metieron en un foso de tierra ya preparado.
Las gentes de esa ciudad gritaban: “muerte al predicador”. Los mandatarios le daban a elegir y le decían: o niegas a ese tal Jesús o te enterramos vivo a ti y tu familia. Después de algunos minutos de gran silencio, se escucha la voz de la más pequeña de la familia, “papa, papa Dios nos esta esperando”.
El varón de Dios expone su ultima predicación, rechazando la petición del pueblo. Los enterraron vivos sin escuchar grito alguno. A los pocos años; cientos de personas que gritaron “muerte al predicador”, se convertidor a ese Jesús que ellos rechazaban con gran furia.
Escrito está, lo que el hombre sembrare eso recogerá. Ese hombre de Dios sembró algo más que una semilla, sembró su propia vida y la de los suyos, y recogió cientos de hermanos para toda la eternidad. Dios bendiga a hombres y mujeres como este predicador, que un día leyeron en (S. Mateo. 16.24.) Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su Cruz cada día y sígame.
Una de tantas, se reunieron los mandatarios de aquella ciudad y dijeron; veamos que fe tiene este hombre en su Dios. Cogieron a ese predicador y su familia: su hijo, su hija y esposa y los metieron en un foso de tierra ya preparado.
Las gentes de esa ciudad gritaban: “muerte al predicador”. Los mandatarios le daban a elegir y le decían: o niegas a ese tal Jesús o te enterramos vivo a ti y tu familia. Después de algunos minutos de gran silencio, se escucha la voz de la más pequeña de la familia, “papa, papa Dios nos esta esperando”.
El varón de Dios expone su ultima predicación, rechazando la petición del pueblo. Los enterraron vivos sin escuchar grito alguno. A los pocos años; cientos de personas que gritaron “muerte al predicador”, se convertidor a ese Jesús que ellos rechazaban con gran furia.
Escrito está, lo que el hombre sembrare eso recogerá. Ese hombre de Dios sembró algo más que una semilla, sembró su propia vida y la de los suyos, y recogió cientos de hermanos para toda la eternidad. Dios bendiga a hombres y mujeres como este predicador, que un día leyeron en (S. Mateo. 16.24.) Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su Cruz cada día y sígame.
viernes, 16 de septiembre de 2011
¡No me habléis de Jesucristo!
A mediados del último siglo, vivía un conde sajón, que había sido educado en el Deísmo – doctrina que admite la existencia de un Dios, pero niega la revelación y rechaza el culto – y se gloriaba de ser adversario declarado de la fe cristiana y de las Sagradas Escrituras. Sintiéndose ya viejo y cerca de su fin, forzado por algún escrúpulo de conveniencia o de conciencia, hizo venir a su hogar al predicador de la Iglesia Evangélica, al que estimaba mucho por sus talentos y por sus virtudes. Teniéndole ya a su lado, le habló de la siguiente manera:
-Yo soy deísta convencido, ya usted lo sabe; mas en medio de todo, yo me tengo por persona religiosa, y quiero estar preparado para una buena muerte. Yo tendré mucho gusto en recibir a usted en mi casa cuantas veces quiera venir a verme; pero con una condición, que no me hable usted mas de Dios y sus perfecciones; no me hable usted de Jesucristo, de ese Dios hecho hombre y de la fe en El; no necesito de él para salvarme, bástame mi Dios.
Después de algunos momentos de vacilación, el predicador aceptó las condiciones propuestas. Hizo al enfermo la primera visita, en la cual le habló con palabras ardientes y llenas de celo por la causa del Señor, del poder, de la sabiduría y de la bondad de Dios, y como se manifiestan en la obra de su creación. El viejo conde dio grandes señales de satisfacción. Mas en la segunda visita el prudente y esforzado Pastor dirigió ya por otro camino sus observaciones: habló de la santidad de Dios y del horror que por esencia le causa el pecado; habló también de su omnipresencia, por la cual ve todo lo que pasa, hasta en los secretos más recónditos del corazón humano, y de su justicia, que busca y castiga al pecador a donde quiera se encuentre, sea en el fondo del mar como Jonás, o en las alturas encumbradas del tromo como a Saúl. De pronto el tenaz deísta guardó silencio, y se podían ver en su semblante adusto señales de que su alma estaba sintiendo en esos momentos solemnes alguna grave turbación.
Al terminar la plática, dejó solo al enfermo para que pudiese meditar profundamente en lo que habían hablado. Y efectivamente el conde comenzó a recorrer en su memoria las distintas etapas de su vida y a recordar los muchos pecados con que a través de su dilatada existencia había ofendido a ese Dios que él llamaba tan bueno, y que aunque él los creía ya olvidados para Dios estaban frescos y presentes para tortura suya; y verdaderamente el recuerdo de Dios: omnipotente, omnisciente y omnipresente y justo ya comenzaba ahora a inquietarle e importunarle. Y como su amigo pastor tardase un tanto en su tercera visita, el enfermo le hizo llamar.
Entonces le abrió su corazón, le dio cuenta de los serios temores que atemorizaban su alma, y le suplicó que no le abandonase en esta difícil situación de su espíritu, sino que le indicase algún medio eficaz para devolverle la paz, que ahora ansiaba más que nunca.
“Pero, amigo mío, respondió el Pastor, usted me ha prohibido hablarle precisamente de ese remedio, pues el convenio que hicimos antes de nuestra primera conversación fue que yo ni le nombrase siquiera al Señor Jesucristo y su gran oferta de salvación, que es la única que puede librar al hombre de todos sus temores. Entiéndalo bien, de todos sus temores sin excepción”.
- Pues yo levanto esa prohibición – respondió el enfermo con energía; -Hábleme usted de Él, mi conciencia lo necesita.
Y el buen ministro del Evangelio le habló con gran satisfacción del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; de aquel de quien dijo San Pablo: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores; de Aquel, en fin, cuya sangre nos limpia de todo pecado y que es la propiciación por nuestras rebeliones.
Y el viejo e incrédulo conde abrió su alma a la fe en Jesucristo, como la flor abre sus pétalos a la luz del sol y es vivificada; creyó en Dios Padre amoroso que envió al mundo a su Hijo para redimir al mundo; para que todo aquel que en El crea no perezca, sino tenga vida eterna. Con ello todos sus temores fueron disipados. Y desde aquella feliz hasta la de su muerte, el buen enfermo decía siempre, como un canto de vida y esperanza:
“Habladme, habladme de Jesucristo, porque en ello mi alma encuentra la más dulce y tierna paz de toda mi vida”.
-Yo soy deísta convencido, ya usted lo sabe; mas en medio de todo, yo me tengo por persona religiosa, y quiero estar preparado para una buena muerte. Yo tendré mucho gusto en recibir a usted en mi casa cuantas veces quiera venir a verme; pero con una condición, que no me hable usted mas de Dios y sus perfecciones; no me hable usted de Jesucristo, de ese Dios hecho hombre y de la fe en El; no necesito de él para salvarme, bástame mi Dios.
Después de algunos momentos de vacilación, el predicador aceptó las condiciones propuestas. Hizo al enfermo la primera visita, en la cual le habló con palabras ardientes y llenas de celo por la causa del Señor, del poder, de la sabiduría y de la bondad de Dios, y como se manifiestan en la obra de su creación. El viejo conde dio grandes señales de satisfacción. Mas en la segunda visita el prudente y esforzado Pastor dirigió ya por otro camino sus observaciones: habló de la santidad de Dios y del horror que por esencia le causa el pecado; habló también de su omnipresencia, por la cual ve todo lo que pasa, hasta en los secretos más recónditos del corazón humano, y de su justicia, que busca y castiga al pecador a donde quiera se encuentre, sea en el fondo del mar como Jonás, o en las alturas encumbradas del tromo como a Saúl. De pronto el tenaz deísta guardó silencio, y se podían ver en su semblante adusto señales de que su alma estaba sintiendo en esos momentos solemnes alguna grave turbación.
Al terminar la plática, dejó solo al enfermo para que pudiese meditar profundamente en lo que habían hablado. Y efectivamente el conde comenzó a recorrer en su memoria las distintas etapas de su vida y a recordar los muchos pecados con que a través de su dilatada existencia había ofendido a ese Dios que él llamaba tan bueno, y que aunque él los creía ya olvidados para Dios estaban frescos y presentes para tortura suya; y verdaderamente el recuerdo de Dios: omnipotente, omnisciente y omnipresente y justo ya comenzaba ahora a inquietarle e importunarle. Y como su amigo pastor tardase un tanto en su tercera visita, el enfermo le hizo llamar.
Entonces le abrió su corazón, le dio cuenta de los serios temores que atemorizaban su alma, y le suplicó que no le abandonase en esta difícil situación de su espíritu, sino que le indicase algún medio eficaz para devolverle la paz, que ahora ansiaba más que nunca.
“Pero, amigo mío, respondió el Pastor, usted me ha prohibido hablarle precisamente de ese remedio, pues el convenio que hicimos antes de nuestra primera conversación fue que yo ni le nombrase siquiera al Señor Jesucristo y su gran oferta de salvación, que es la única que puede librar al hombre de todos sus temores. Entiéndalo bien, de todos sus temores sin excepción”.
- Pues yo levanto esa prohibición – respondió el enfermo con energía; -Hábleme usted de Él, mi conciencia lo necesita.
Y el buen ministro del Evangelio le habló con gran satisfacción del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; de aquel de quien dijo San Pablo: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores; de Aquel, en fin, cuya sangre nos limpia de todo pecado y que es la propiciación por nuestras rebeliones.
Y el viejo e incrédulo conde abrió su alma a la fe en Jesucristo, como la flor abre sus pétalos a la luz del sol y es vivificada; creyó en Dios Padre amoroso que envió al mundo a su Hijo para redimir al mundo; para que todo aquel que en El crea no perezca, sino tenga vida eterna. Con ello todos sus temores fueron disipados. Y desde aquella feliz hasta la de su muerte, el buen enfermo decía siempre, como un canto de vida y esperanza:
“Habladme, habladme de Jesucristo, porque en ello mi alma encuentra la más dulce y tierna paz de toda mi vida”.
Tomado de Revista Fuego de Pentecostés Nº 219
¿QUE ES UN AMIGO DE VERDAD?
Un amigo es aquel que llega cuando todo el mundo se ha ido
“Mi amigo no ha regresado del Campo de Batalla, señor. Solicito permiso para ir a buscarlo”, dijo un soldado a su teniente.
“Permiso denegado”, replicó el oficial, “no quiero que arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente ha muerto”.
El soldado, no haciendo caso a la prohibición, salió y una hora más tarde regresó mortalmente herido, transportando el cadáver de su amigo.
El oficial estaba furioso: “Ya le dije yo que habría muerto! Dígame: ¿merecía la pena ir allá para traer uncadáver?”
Y el soldado, moribundo, respondió: “Claro que sí, señor!
Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme: “¡Estaba seguro que vendrías!”
“Mi amigo no ha regresado del Campo de Batalla, señor. Solicito permiso para ir a buscarlo”, dijo un soldado a su teniente.
“Permiso denegado”, replicó el oficial, “no quiero que arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente ha muerto”.
El soldado, no haciendo caso a la prohibición, salió y una hora más tarde regresó mortalmente herido, transportando el cadáver de su amigo.
El oficial estaba furioso: “Ya le dije yo que habría muerto! Dígame: ¿merecía la pena ir allá para traer uncadáver?”
Y el soldado, moribundo, respondió: “Claro que sí, señor!
Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme: “¡Estaba seguro que vendrías!”
El mundo puede darte la espalda pero si has encontrado un amigo de verdad, lo tendras hasta la eternidad y por la eternidad… Cuando hayas encontrado un amigo de verdad, cuidalo porque es un gran tesoro.
miércoles, 7 de septiembre de 2011
martes, 6 de septiembre de 2011
EL VALOR D EUNA ORACION.
Señor…
…Ayúdame a decir la verdad delante de los fuertes y a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles.
Si me das fortuna, no me quites la razón.…Ayúdame a decir la verdad delante de los fuertes y a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles.
Si me das éxito, no me quites la humildad.
Si me das humildad, no me quites la dignidad.
Ayúdame siempre a ver la otra cara de la medalla, no me dejes inculpar de traición a los demás por no pensar igual que yo.
Enséñame a querer a la gente como a mí mismo y a no juzgarme como a los demás.
No me dejes caer en el orgullo si triunfo, ni en la desesperación si fracaso
Más bien recuérdame que el fracaso es la experiencia que precede al triunfo.
Enséñame que perdonar es un signo de grandeza y que la venganza es una señal de bajeza.
Si me quitas el éxito, déjame fuerzas para aprender del fracaso.
Si yo ofendiera a la gente, dame valor para disculparme y si la gente me ofende, dame valor para perdonar.
¡ Señor…si yo me olvido de ti, Tú por favor nunca te olvides de mí !
No es cuanto oras..sino cómo oras y a quién oras lo que determina el valor de la oración. Si te diriges al Padre y tu oración es libre de egoísmos, vanidades o falsas ilusiones, entonces tendrás una oración de calidad.
Si lo afliges y él clama a mí, ciertamente yo escucharé su clamor. Exodo 22:23
Entonces clamó el pueblo a Moisés, y Moisés oró al Señor y el fuego se apagó. Num 11:2
Entonces clamó Sansón a Dios, y dijo: Señor, acuérdate ahora de mí, y fortaléceme, te ruego, solamente esta vez, oh Dios, para que de una vez tome venganza de los filisteos por mis dos ojos. Juec 16:28
Fuente: Sitio de Esperanza
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